martes, 1 de octubre de 2013

Efectivamente, somos eficaces.

Artículo "robado" a los compañeros de SEIF CUENCA:



SEIF Cuenca



Efectivamente, somos eficaces.



Un conato de incendio es una ignición que no llega a consolidarse como incendio forestal propiamente dicho. Estadísticamente, entendemos que un conato es aquel fuego que se extiende sin control por terreno forestal y que no supera la hectárea de superficie. En otras palabras, cuando el incidente es menor de 1 ha lo clasificamos como conato y cuando es mayor lo clasificamos como incendio forestal.

Gracias a la estadística que vamos recopilando, se puede obtener fácilmente el porcentaje de conatos que tenemos cada año. Aunque a priori pudiera parecer que este porcentaje es un valor que nos puede dar mucha información acerca del dispositivo de extinción, en realidad es un dato que nos puede llevar a engaño y, sobre todo, que nos puede llevar a conclusiones precipitadas que posteriormente se vuelvan en nuestra contra.


En 2013, la humedad de la vegetación facilita el control de los incendios y pocas veces superan la hectárea.
Es frecuente que en las campañas buenas, se utilice el porcentaje de conatos para confirmar la eficacia del dispositivo. Hay numerosos ejemplos de declaraciones de este tipo en la prensa. Pero esta lectura es peligrosa: en primer lugar porque la meteorología condiciona enormemente el porcentaje de conatos, y en segundo porque si un alto porcentaje de conatos significa un dispositivo eficaz, ¿quiere esto decir que cuando tenemos un bajo porcentaje somos malos profesionales?


En 2012, los incendios en las horas críticas solían estar fuera de capacidad de extinción desde su inicio.
El porcentaje de conatos anual no es sino un indicador de si hemos tenido una meteorología favorable que ha impedido un desarrollo rápido de los incendios. Pero todo cambia si hablamos de largos periodos de tiempo, donde agrupamos años malos con años buenos y empezamos a compararlos. Es ahí donde podemos sacar conclusiones e, incluso, podemos establecer una evolución de dicho índice y analizar si con el paso de tiempo, somos más eficaces.



A la vista del gráfico anterior, queda patente la evolución que ha sufrido el dispositivo. Cada vez somos más eficaces, cada año somos capaces de apagar un poco antes esos posibles incendios y reducir su impacto (no siempre negativo). A lo largo del tiempo, nuestra respuesta a un incidente ha sido cada vez más contundente. Pero hay otra serie de matices que entran en juego y que conviene ir analizando:

  • En los años 70 y 80, los medios disponibles eran muy inferiores a los actuales. Había pocas autobombas y los medios aéreos no empezaron a funcionar hasta mediados de los ochenta. Además, el dispositivo no actuaba en todos los fuegos, había numerosos incendios pequeños que se extinguían por la gente de los pueblos sin que adquirieran la relevancia necesaria para que actuaran los medios del dispositivo. Todos esos fuegos donde no se actuaba, no pasaban a engrosar la estadística. Siendo esta es la principal causa por la que durante estas décadas el número el número de conatos es muchísimo menor que en los años posteriores.

  • En los años 90 se produce un incremento brusco del porcentaje de conatos debido, fundamentalmente, a la normalización de la toma de datos para la estadística de incendios forestales y a la recopilación de forma exhaustiva todos los siniestros. También se produce un incremento gradual de los medios que cada verano participan en la extinción, tanto terrestres (cuadrillas, autobombas, maquinaria pesada, etc.) como aéreos (aviones y helicópteros); que permite una rápida respuesta ante los avisos.

La BRIF de cuenca en 1994 (su tercer año) Fuente: @Albertoaviador
  • En la primera década del siglo XXI es cuando comienza la verdadera profesionalización del dispositivo. Se incrementan los tiempos de contratación, se empieza a formar y a entrenar al personal de forma exhaustiva en las operaciones de extinción y se generaliza el uso de los equipos de protección individual. También se produce un incremento notable de los medios aéreos y de las brigadas helitransportadas, que incrementa la contundencia de los primeros ataques.

En lo que llevamos de década, la tendencia se mantiene. Hemos conseguido ser un poco más efectivos. Aunque es pronto para tomar conclusiones definitivas, todo parece indicar que la formación y el entrenamiento de todos los integrantes del Servicio Operativo de Extinción de Incendios Forestales (SEIF) están recogiendo sus frutos y vamos a seguir creciendo en eficacia.


En 2011, a pesar de tener incendios intencionados, era asequible controlarlos en el primer ataque.

 Muriendo de éxito.

 

Y sin embargo, si analizamos la situación desde una perspectiva global, puede que no sea tan buena la eficacia. Si tenemos en cuenta el abandono de las prácticas tradicionales en los montes, la ausencia de gestión forestal por falta de rentabilidad en los montes privados y el despoblamiento de las zonas rurales; en realidad, lo que estamos haciendo al ser eficaces es añadir otro factor más que favorece el aumento progresivo de la vegetación (combustible) en nuestros montes. Este aumento hace que cada vez los incendios forestales sean más virulentos, especialmente en los años de meteorología adversa. Al ser eficaces en los incendios de media y baja intensidad de nuestros montes, estamos acumulando biomasa para los grandes incendios forestales y estamos aumentando la dificultad de la extinción en los días críticos. Esto es lo que se conoce como paradoja de la extinción.

En el incendio de Poyatos de 2009, los antorcheos en la cola desde el primer momento indicaban que sería un día muy largo.
Los datos en el ámbito nacional indican que la paradoja de la extinción es un hecho, cada vez hay más grandes incendios y el fuego en alta intensidad se está convirtiendo en uno de los principales gestores de nuestras masas. La solución al problema es compleja y pasa por asumir el papel del fuego en la ecología de las masas forestales, por una completa gestión (no sólo extinción) de los incendios forestales, así como un cambio en las tareas de prevención con el desarrollo de quemas prescritas que suplan la ausencia de la gestión actual. Es un reto complicado, pero de no asumirlo, los grandes y virulentos fuegos lo harán por nosotros.





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